

Hay un chiste maravilloso que
expresa a la perfección la emoción agridulce que despierta en mí la cuestión
religiosa: un par de ratitas van por la calle y de pronto una de ellas mira
hacia el cielo y ve pasar un murciélago. Arrobada, pone los ojos como platos y
exclama: “Oh, Dios mío, ¡un ángel!”. En esa pobre rata nos veo a nosotros, con
la tierna, inocente necesidad de inventarnos bellos
milagros, pero también con la embrutecedora ignorancia de no saber que esa criatura celestial no es más que un mamífero placentario quiróptero. Pero, aun así, el suspiro extasiado de la ratita encierra algo hermoso. Las religiones organizadas han sido demasiadas veces en la historia el origen de las atrocidades más espantosas (y lo siguen siendo, como en el yihadismo); pero en el impulso religioso básico del ser humano hay también un anhelo de bondad, de fraternidad y de belleza.
milagros, pero también con la embrutecedora ignorancia de no saber que esa criatura celestial no es más que un mamífero placentario quiróptero. Pero, aun así, el suspiro extasiado de la ratita encierra algo hermoso. Las religiones organizadas han sido demasiadas veces en la historia el origen de las atrocidades más espantosas (y lo siguen siendo, como en el yihadismo); pero en el impulso religioso básico del ser humano hay también un anhelo de bondad, de fraternidad y de belleza.

FUENTE:
Comentarios