Capilla Sixtina. Botticelli, Ghirlandaio, Perugino y Miguel Ángel.
Para la cátedra de la religión
Cuando llegué a Roma por primera
vez, yo ya no creía en Dios, y no tenía más que a la tierra por único
cielo y único infierno. Pero no guardaba un mal recuerdo del Dios padre
de los años de mi infancia, y en mis adentros seguía ocupando un lugar
entrañable el Dios hijo, el rebelde de Galilea que había desafiado a la
ciudad imperial donde yo estaba aterrizando en aquel avión de Alitalia.
Del Espíritu Santo, lo confieso, poco o nada me había quedado: apenas el
vago recuerdo de una paloma blanca de alas desplegadas, que caía en
picada y embarazaba a las vírgenes.
No bien entré al aeropuerto de Roma, un gran cartel me golpeó los ojos:
BANCO DEL ESPÍRITU SANTO.
Yo era muy joven, y me impresionó enterarme de que la paloma andaba en eso.
Eduardo Galeano
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