Violencia hacia los ancianos: la más ignorada
Carmen Magallón
Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz
En medio de las pasadas fiestas, 165 ancianos se vieron afectados por
el cierre de las nueve residencias privadas en las que vivían, donde
las condiciones materiales, de atención, higiene y cuidado distaban
mucho de ser las adecuadas. Este lamentable hecho saca a la luz una
situación que bien puede calificarse de violencia estructural grave. Ha
sucedido en Aragón, pero bastaría con investigar más a fondo en otros
lugares para encontrar casos similares.
No es la única violencia que sufren los mayores. En un estudio
realizado por el Centro Reina Sofía (2008), el 0,8% de los ancianos en
España se reconocía víctima de maltrato intrafamiliar, porcentaje que
supone unos 60.000 ancianos maltratados cada año (Iborra). Se habla de
maltrato cuando en el marco de una relación interpersonal con lazos de
confianza, cuidado, convivencia o dependencia, se producen acciones u
omisiones que dañan o privan al anciano de la atención necesaria para su
bienestar o cuando se violan sus derechos. Los principales agresores,
en los casos de personas con dependencia, son los hijos, mientras que
cuando no hay dependencia es la pareja. En los casos más extremos, en
los que se llega a la muerte de la persona mayor –con una media de 22
muertes anuales– casi nueve de cada diez asesinatos son cometidos por la
pareja o los hijos.
¿Qué visibilidad tiene esta violencia que incluye maltrato físico y
psicológico, abuso económico y en un número alarmantemente alto, la
muerte? Apenas nada. En esta sociedad, la violencia contra las personas
mayores es quizás la más ignorada. Quienes la sufren, o son incapaces de
levantar su voz o callan conscientemente para proteger a los
maltratadores, puesto que estos son a menudo sus propios hijos. Por su
parte, quienes cuidan se ven desbordados y quemados por una tarea sin
suficiente apoyo.
¿Cómo es posible que no nos mueva y conmueva constatar esta
indefensión? Aunque sólo fuera por egoísmo, tendríamos que desarrollar
una preocupación social más activa y amorosa por nuestros mayores y sus
condiciones de vida, pues ellos y ellas son el espejo que nos devuelve
la imagen de lo que seremos, si algún día llegamos más allá de los 80 o
90 años.
Público. 14-1-2.012
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