JÓVENES. MANUEL VICENT. EL PAÍS.
VIÑETA DEL EL ROTO
TEXTO PARA PENSAR y DEBATIR
Algún día el tedio de la juventud dará un fruto hermoso. De momento muchos jóvenes están en el paro, no saben qué hacer, se dedican a vaciar la nevera de los padres, se reúnen en los bares, sólo hablan entre ellos, se sientan en corro sobre el sillín de las motocicletas formando tertulias ambulantes, realizan una vida endógena, tratan de imitarse o de excitarse nos a otros, permanecen aún firmemente unidos con su familia a través del papel higiénico común, pero después de tomar la sopa ineludible que les prepara la dulce mamá salen otra vez de casa a reunirse con la manada.
Se les va llenando las aceras en los puntos calientes de la ciudad y allí cargan la imaginación con la electricidad que genera el contacto de la tribu. Al anochecer se oye la gran berrea de estos ciervos. Y esa es su mejor canción: el sonido de los deseos, el ritmo sincopado del silencio, el chasquido de las miradas contra el alcohol, los bostezos en el vacío.
Se les va llenando las aceras en los puntos calientes de la ciudad y allí cargan la imaginación con la electricidad que genera el contacto de la tribu. Al anochecer se oye la gran berrea de estos ciervos. Y esa es su mejor canción: el sonido de los deseos, el ritmo sincopado del silencio, el chasquido de las miradas contra el alcohol, los bostezos en el vacío.
Hasta ahora el aburrimiento les ha obligado a pintarse el pelo de color cereza, a traspasarse la mejilla con un alfiler, a ensayar toda suerte de juegos con el propio cuerpo.
Tienen su carne de rosa a mano y por ella son devorados, mientras otras levas de adolescentes con una náusea prematura por la existencia acceden en oleadas a los recintos donde se condensa el hastío y agolpados en los abrevaderos esperan algo que no llega. Probablemente la mayoría de estos tiernos seres nunca trabajarán en una multinacional.
Tampoco harán ninguna revolución, ni siquiera atracarán un banco, ni arrastrarán a una anciana por el collar de oro en la calzada, y se inyectarán salsa de tomate para ver el paraíso. Sin duda seguirán siendo, como siempre, halagados con sinuosas palabras por los mayores para que no se produzca la estampida.
Pero algún día el tedio de los jóvenes reventará por alguna parte y germinará con un hermoso fruto que ignoro. Tal vez ellos impondrán la evidencia de que la vida no es sino un vago sueño, una confusa luz, un paisaje lleno de perplejidad, y del ocio consolidado nacerá una nueva creación estética: el placer de existir al borde de la belleza del naufragio.
Tienen su carne de rosa a mano y por ella son devorados, mientras otras levas de adolescentes con una náusea prematura por la existencia acceden en oleadas a los recintos donde se condensa el hastío y agolpados en los abrevaderos esperan algo que no llega. Probablemente la mayoría de estos tiernos seres nunca trabajarán en una multinacional.
Tampoco harán ninguna revolución, ni siquiera atracarán un banco, ni arrastrarán a una anciana por el collar de oro en la calzada, y se inyectarán salsa de tomate para ver el paraíso. Sin duda seguirán siendo, como siempre, halagados con sinuosas palabras por los mayores para que no se produzca la estampida.
Pero algún día el tedio de los jóvenes reventará por alguna parte y germinará con un hermoso fruto que ignoro. Tal vez ellos impondrán la evidencia de que la vida no es sino un vago sueño, una confusa luz, un paisaje lleno de perplejidad, y del ocio consolidado nacerá una nueva creación estética: el placer de existir al borde de la belleza del naufragio.
Manuel Vicent, El País.
VIÑETA DEL EL ROTO
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