El diablo es mujer. Eduardo Galeano
El libro «Malleus Maleficarum», también llamado «El martillo de las brujas», recomendaba el más despiadado exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo.
El libro «Malleus Maleficarum», también llamado «El martillo de las brujas», recomendaba el más despiadado exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo.
Dos inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, escribieron, por encargo del papa Inocencio VIII, este fundamento jurídico y teológico de los
tribunales de la Santa Inquisición.
tribunales de la Santa Inquisición.
Los autores demostraban que las brujas, harén de Satán, representaban a las mujeres en estado natural, porque toda brujería proviene de la lujuria carnal, que en
las mujeres es insaciable. Y advertían que esos seres de aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía encantaban a los hombres y los atraían, silbidos de
serpiente, colas de escorpión, para aniquilarlos.
las mujeres es insaciable. Y advertían que esos seres de aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía encantaban a los hombres y los atraían, silbidos de
serpiente, colas de escorpión, para aniquilarlos.
Este tratado de criminología aconsejaba someter a tormento a todas las sospechosas de brujería. Si confesaban, merecían el fuego. Si no confesaban, también, porque sólo una bruja, fortalecida por su amante el Diablo en los
aquelarres, podía resistir semejante suplicio sin soltar la lengua.
aquelarres, podía resistir semejante suplicio sin soltar la lengua.
El papa Honorio III había sentenciado:
—Las mujeres no deben hablar. Sus labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres.
—Las mujeres no deben hablar. Sus labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres.
Ocho siglos después, la Iglesia Católica les sigue negando el púlpito.
El mismo pánico hace que los fundamentalistas musulmanes les mutilen el sexo y les tapen la cara.
El mismo pánico hace que los fundamentalistas musulmanes les mutilen el sexo y les tapen la cara.
Y el alivio por el peligro conjurado mueve a los judíos muy ortodoxos a empezar el día susurrando:
—Gracias, Señor, por no haberme hecho mujer.
Del Libro Espejos, "Una Historias casi Universal", Eduardo Galeano
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