La esclavitud de uno u otro tipo ha existido desde tiempos inmemoriales en tanto que forma de avasallamiento y apropiación de la fuerza de trabajo por parte de sus semejantes.
Los pueblos conquistados -a menudo llamados bárbaros- o las personas condenadas por no pagar sus deudas eran utilizados como esclavos por los babilonios, egipcios, griegos, persas y romanos.
Ya en la Edad Media, aparecen redes de pistas árabes destinadas a trasladar a los esclavos desde el centro de África: la red sahariana, la del Nilo y la de los grandes lagos.
Con el descubrimiento de América por los occidentales, se establece la trata de negros a gran escala. Los españoles y los portugueses, que se reparten el Nuevo Mundo ya en 1493, desean explotar estas regiones. Pero en algunas de ellas, y en particular en las Antillas, las poblaciones habían quedado diezmadas por las guerras, las enfermedades importadas de Europa y los malos tratos. Ahora bien, la explotación de las tierras americanas, de las minas de oro y de plata requerían una mano de obra abundante, robusta y, de ser posible, barata. Bartolomé de Las Casas, conmovido por los malos tratos que se infligían a los indios, recomendaba ir a África para buscar esclavos africanos, por considerar que tenían una naturaleza más robusta.
Durante el siglo siguiente, los ingleses se lanzan a su vez en la carrera por las colonias americanas, seguidos por la mayoría de las naciones europeas: Holanda, Dinamarca, Francia. Colbert reglamenta la esclavitud promulgando el primer Código Negro en 1685, una manera de oficializar la esclavitud. Así, se puede decir que la esclavitud, que afectó a la comunidad india primero y a la africana después, cambió de índole.
La trata de negros, conocida con el nombre de "comercio triangular", se desarrolla muy rápidamente. Hombres, mujeres y niños son capturados y vendidos. En las sucesivas oleadas de este comercio, se estima que entre 25 y 30 millones de personas fueron deportadas, sin contar el número de muertos en los navíos, las guerras y las razzias.
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