José Antonio Marina y María de la Válgoma.
La esclavitud ha acompañado siempre al ser humano como una Humanidad en negativo, como o una inhumanidad. En Oriente y en Occidente, en sociedades primitivas y evolucionadas, entre musulmanes y entre cristianos, en la lejanía y en la proximidad histórica. El Código de Hammurapi ya impone terribles escarmientos: "El que ayude a escapar a un esclavo, sea muerto." "El que esconda en su casa a un esclavo, sea muerto." Los esclavos permanecerán durante más de tres mil años siendo trágicos protagonistas de los códigos. Las cifras de la esclavitud son espeluznantes. En el siglo XIX había en la India ocho millones de esclavos. Durante los primeros siglos de control europeo sobre las Américas, la mayor parte de los que atravesaron el Atlántico fueron africanos encadenados más que buscadores de fortuna europeos. En tres siglos, más de trece millones de africanos fueron secuestrados y convertidos en mercancía, aunque sólo once millones llegaron a las costas americanas. El resto murió durante el viaje, por enfermedades, accidentes o malos tratos. 0 por hambre y sed en las atestadas sentinas de los barcos negreros. 0 de melancolía.
Terminar con esta trata se convirtió en una larguísima tarea de tres siglos, en la que hubo que domeñar intereses, cambiar las creencias, excitar la compasión, maniobrar políticamente. El ambiente nos intoxica a todos y nos hace colaboracionistas por dejadez.
La historia de la abolición de la esclavitud tiene que recordar a las víctimas, sus resistencias, sus rebeldías, su desesperación y su valor. Y también a los hombres libres y generosos que se comprometieron en su ayuda, a veces con riesgo de sus vidas.
¿Dónde estás, madre tierra?
¿Dónde están mi río, mi mujer y mis hijos?
No se dónde estoy, ni conozco el aire,
y la comida me sabe a polvo.
Estar lejos es peor que morir.
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